Entre las inagotables promesas (antes, durante y tras su aprobación) de la «reforma» energética sobresalió aquella que «garantizaba» un crecimiento económico nunca antes visto en el país, pues los cambios constitucionales (léase privatización) aportarían, anualmente y «cuando menos», dos puntos porcentuales más al producto interno bruto, según decían. De hecho, en el festín (con el barril a 100 dólares) abundaban las pitonisas oficiales y oficiosas que repartían flores y visualizaban un avance anual no menor a 7 por ciento, «o incluso mucho más», por la simple razón de que «nos atrevimos a cambiar»
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