
Si me viera en la necesidad de definir la personalidad política del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, lo primero que se me viene a la cabeza es la palabra frivolidad; ¿de qué otra manera puedo definir a un personaje que le gusta usar su rostro como portada de sus múltiples libros? Aún dejando de lado esa egolatría endémica de las estrategias de comunicación política en las presuntas democracias de occidente, lo cierto es que Justin Trudeau está lejos de ser lo que aparenta, pero sobre todo está muy lejos de lo que prometió ser cuando era un parlamentario de oposición y aspiraba a gobernar Canadá.
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