La gigantesca proa de la embarcación turbaba las pequeñas olas del Golfo de Ulloa. Como si se tratara de un cuchillo caliente que rebana, lento, una barra de mantequilla, el buque se abría paso entre las aguas: los pescadores de Las Barrancas y San Juanico nunca habían visto algo semejante. Ni de broma se igualaba, ni un poco, a uno de los barcos de la flotilla que cada año llegan a las costas comundeñas provenientes de Sinaloa oSonora para llevarse el camarón, sardina o cualquier especie que se atasque en las largas redes de arrastre. No, este navío buscaba algo más en el fondo marino: fosfato.
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