México, por su composición geológica, es beneficiario de cuantiosos recursos naturales. Los más codiciados han sido los contenidos en el subsuelo. Los más conocidos, por la estela de desastres que su explotación ha dejado son los metales preciosos (oro y plata, básicamente) y el petróleo. Mucha sangre ha corrido aquí y en el mundo para evitar que los gobiernos satisfagan únicamente la avaricia de unos pocos, nativos y extranjeros. En lugar de aprovechar esos bienes para impulsar el desarrollo nacional y mejorar las condiciones de vida de los mexicanos, se ha propiciado su saqueo irracional. Hoy, trágicamente, al despojo de metales preciosos se suman minerales estratégicos y tierras raras demandadas por la industria informática y militar. Viendo las graves consecuencias que su explotación arroja sobre los pueblos, contar con esas enormes riquezas pareciera una maldición. Por supuesto, eso no es así, el mal no está en ella; este se deriva de la corrupción y malinchismos tradicionales en nuestros gobiernos y en su explotación irracional.
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